jueves, 16 de agosto de 2018

Los Rotos


Grotesco criollo en esta nueva forma de la crisis, Los rotos.
 
Con usura ningún hombre puede tener una casa con buenos cimientos
Cada piedra cortada pulida y bien engarzada
Cuyo diseño sea protector
Con usura
Ningún hombre puede tener un paraíso pintado en los muros de su iglesia
Harpes et luz
O un lugar donde la virgen reciba el mensaje
Y el halo se proyecte en una incisión,




                        Canto XLV : Con Usura Ezra Pound.


Así con una adaptación libre de estos versos se enciende el espacio y el tiempo en el cuál “Los rotos”, van a moverse.
La primera impresión del espacio es la de paredes sólidas y grises, la de un tiempo indeterminado en la madrugada.
Pero hay quizás dos cuestiones por fuera de la escena que nos deberían advertir, la clave del pacto para ver esta obra, una es la versión libre del poema De la Usura, una que trabaja en principio sobre la traducción y aggiornamento del texto monumental de Pound, entonces estamos ante una apropiación.
La otra es la que el mismo programa delata:
                     “Grotesco fantástico, lo llamamos.
                      Como sea…
                      Dentro de lo que se pudo, hicimos lo que se nos cantó”.

Ahora que el pacto ha quedado realizado se encienden suavemente las luces.

Grotesco en breves palabras.

El grotesco criollo nace en medio de la crisis en Argentina, durante la  década del ’30 signada por las olas inmigratorias, el clima de desesperanza, desarraigo, aislamiento  de los europeos que venían sus sueños rotos en este país, migraciones internas de la gente del interior a la gran ciudad  que desbordan el paisaje de los conventillos.
El grotesco está emparentado con la risa, con lo trágico, suele mostrar personajes quebrados física, moral, intelectual… Son obras en su mayoría corales.
Retratan la conjunción de clases a partir de personajes esquemáticos.

“Luis Ordaz sostiene que los personajes del grotesco “presentan una imagen risible, pero hurgando en ellos, se descubren las entrañas en carne viva por motivos diversos, en los que siempre se observa una desubicación, que a la postre, resulta grotesca. No se trata ya de la alternancia de la risa y el llanto, estamos ante la fusión de máscara y rostro de un personaje que es capaz de reír y llorar al mismo tiempo”. Y luego agrega: “José María Moner Sáenz indica que el grotesco aparece cuando el individuo quiebra la unidad de carácter y queda en evidencia el dualismo de vivir y verse vivir”

Este es el andamio con el cuál Ajaka construye unos personajes entrañables.
La obra transcurre en un no lugar, "Punta esquina",  sitio de encuentro en la que un kiosco cumple las veces de confesionario, de panóptico y de centro de la ley.
Dice el programa “De sol a sol los rotos pasan” y es ante ese deambular frente al que nos encontramos, idas y vueltas que tejen conflictos, algunos se resuelven con mayor éxito que otros.
Algunas entradas agregan tensión dramática y otras no  hacen más que remarcar el mundo en que se vive, inmigrantes, carne, deseo por la carne en la comida, en el cuerpo.
La comida que se desea se compra, se espera, se nombra como una salvación una intromisión de marcas como una oda a la usura frente al personaje que menos tiene.
Cuerpos en tensión y conflicto, que son deseados, muertos, abarrotados por el hambre, rotos, absolutamente deformes y rotos sobre todas las cosas.
Un futbolista que es rengo, un rapero que no puede hablar de corrido, una travesti que aparece golpeada y ebria,  pero se recompone con cotidianidad desea ser madre y es centro de una disputa amorosa, una hija deseosa de poder asumir su identidad como hombre bajo la ley de un padre, una hija con el cuerpo al borde, una madre que teje y desteje el adentro y el afuera entre la villa y el barrio.
Una estrella de la tele que va a comprar la droga barata, un narco menor ,con un peso en esa esquina en la que maneja su propio código.
Cuerpos de la Usura como si se hicieran eco de esa segunda definición que el diccionario le da
“Uso con desgaste de una cosa”.





En ese límite en que la iluminación no recorta, no embellece, sino que muestra de manera cruda, en ese ir y venir. Los rotos logran un retrato de la crueldad, de la crisis actual, de esa mezcla entre los mundos que sucede en una esquina, en un sitio límite.
Los rotos tienen su propio código uno que es de una humanidad arrasadora, antihéroes que esconden los delitos, la pérdida de uno de los personajes mejores llevados adelante con una gran actuación y una destreza corporal envidiable, la llegada de bebe.
Todo eso pasa, en dos horas en los que estamos viendo el pasar de estos personajes.
Desde ahí mismo en un acto que Brecht hubiese amado uno de los personajes se pregunta
¿Sirve todo esto? ¿Sirve contarlo? ¿Sirve mostrarlo? Nada de esto va a cambiar.
Y uno se va con la sensación de estar ante el aprendiz de Discépolo, ante una obra que tiene un trabajo actoral sólido, con una puesta intensa.
Destacable la actuación de Fernando Contigiani García, quien ya había sorprendido en Parias.
Un texto que se defiende solo a partir de la definición del género lo cual no es poca cosa.
 Algo que debe necesariamente tener el teatro, esa subida de tono de la realidad y de la ficción un engarce delicado para que algo quede resonando siempre en el cuerpo del que mira.



La obra se da de jueves a domingos en el centro cultural general San Martín, la entrada es accesible y es  completamente recomendable.


Autoría:

Alberto Ajaka
Actúan:
Fernando Contigiani GarciaLeonel ElizondoSol Fernández LópezKarina FrauGeorgina HirschLuciano KaczerDarío LevyLuciana MastromauroCamila PeraltaAndrés RossiGabi Saidón
Vestuario:
Betiana Temkin
Escenografía:
Rodrigo González Garillo
Iluminación:
Adrian Grimozzi
Música:
Alberto AjakaJose Omar Ajaka
Fotografía:
Gaspar Kunis
Asistencia De Producción:
María Villar
Asistencia de dirección:
Hernán Ghioni
Producción:
Silvina Silbergleit
Dirección:
Alberto Ajaka
Compañía:
Colectivo Escalada














Las imágenes son extraídas de internet. 

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