lunes, 30 de julio de 2018

El teatro poético de Díaz.






¿En qué consiste una obra de teatro? Esta es básicamente la pregunta que articula cualquier abordaje de un arte tan complejo.
¿En una puesta en escena? ¿En la conjunción de la plástica, de la música, de las luces? ¿En la actuación?  ¿En la eficacia de la dramaturgia?
Bueno, la respuesta es en todo eso.
Quizás por eso cualquier abordaje de estas cosas en sí mismas, hacen agua, también hacen agua las puestas hermosas con actores/ actrices descuidados, buena iluminación, pero sin que entre en el código y por sobre todas las cosas un texto que no diga nada.
Decir es conmover, mover hacia… Poner en funcionamiento del espectador, espectadora, una línea directa de conexión con lo emotivo, lo sensible, eso que al salir del teatro sigue estando en el cuerpo que vio, aunque el fenómeno haya sucedido.
En esta oportunidad, interesa pensar un asomo de poética propia en las obras de Fabían Diaz.
 Empezando por “Amar, amar, amar”. Qué se reestrena el 3 de agosto.
Federico García Lorca dice en sus conferencias sobre el teatro:

    “Para los poetas y dramaturgos, en vez de homenajes yo organizaría ataques y desafíos en los cuales se nos dijera gallardamente y con verdadera saña: "¿A que no tienes valor de hacer esto?" "¿A que no eres capaz de expresar la angustia del mar en un personaje?" "¿A que no te atreves a contar la desesperación de los soldados enemigos de la guerra?".   Lorca García, Federico. http://usuaris.tinet.cat/picl/libros/glorca/gl001201.htm

El entramado que parece exponer la dramaturgia de Diaz pareciera hacerse eco de ese desafío de Federico, expresar en los personajes los lugares imperfectos de las pérdidas, las nostalgias y los resabios de la guerra, pero sin descuidar la escritura que se enlaza para hacer actuar.

 
amar amar amar    

Dice Roland Barthes, en fragmento de un discurso amoroso.
" Desollado. Sensibilidad especial del sujeto amoroso que lo hace vulnerable, ofrecido en carne viva a las heridas más ligeras".
De heridas parecen andar los personajes de amar amar amar , metidos hasta los huesos, el uno en el otro.
La obra despliega la trama sin perder la poesía por ningún sitio.
Se escuchan reminiscencias de Pedro Páramo, de las leyendas populares, reminiscencias del Amor Fugit, esos seres amantes en la puerta del infierno.
Las actuaciones se mezclan en una verdadera panacea, de sensaciones.
¿Dónde estamos? Pareciera ser la primera pregunta que atravesamos como espectadores/ espectadoras, de la obra. La puesta minimalista, ningún indicador que nos devele un espacio tiempo, que no sea el elemental.
La palabra entonces construye ese sitio, construye el río, la sequía, el desierto.
Pero por sobre todo construye la imposibilidad del encuentro.
Los personajes se mecen desde un presente de enunciación a otro, con gran docilidad de los cuerpos y los monólogos demuestran para qué sirven en la simplicidad con que se entrelazan, se encuentran, se rozan, pero no se encuentran, exactamente igual que los personajes.
Fabían Díaz construye un enamorado que pierde la edad y se vuelve toda sensibilidad, un cuerpo que por momentos parece no tener peso. 
 SI quizás hay momentos en los que se necesita que el personaje se aquiete y cargue, para poder disfrutar mejor el texto, para poder percibir los matices.
 Si pudiera detener su cuerpo para cargar más el texto antes de decirlo sería posible paladear su poesía con el peso que tiene.
Lo secunda Gabriela Pastor, quién tiene la compleja tarea de hacer balance y sobre peso  sin quedarse por fuera. Con una actuación, aplomada, una tonada deliciosa  que no satura, se sumerge en el texto y en la experiencia y sale ilesa.
La música es quizás lo que suena fuera de registro para el texto, por momentos tapa la voz y genera un ruido que no deja disfrutar, lo que se dice.
Pero ¿Acaso no le pedimos al teatro, que nos increpe y sorprenda?
La dirección está a cargo de Manuela Mendéz.

amar amar amar, es de esas obras que parecen sencillas de transitar, pero no lo es.
Los personajes cuentan la travesía de encontrar el amor, de sobrevivir al amor, pero el detalle es la muerte.
 Ninguno puede darse como posibilidad de alivio y de vida, en ese sentido todo encuentro es una nueva perdida.
Y todo el texto fuera del tiempo y del espacio, se vuelve personal. Tan personal como la puesta en escena.
Retomando a Lorca: “Todas las artes son capaces de duendes” y esta obra pareciera tener esa bendición buscada.
El encuentro de la emoción a través de un texto hermosamente logrado y una puesta en escena reveladora incluso desde sus rupturas.











Las imágenes fueron tomadas de internet.





Todos los hombres vuelven al Monte.      

Hablar de esta obra es hablar sobre lo escrito y descripto hasta el cansancio, pero necesario de mención.
La obra responde sola las preguntas con que se abre esta reflexión, impone su propio criterio.
"Acá empieza todo", dice el personaje que interpreta Iván Mosher, o uno de ellos, pero todo empieza antes, mientras lo ves en la penumbra avisarte que es teatro, que va a actuar, que es ficción y como tal ese umbral se muestra y te invita al pacto inmediato e inminente.
La partitura vocal de Mosher pone todo, los medios, la perrada, los hombres y mujeres que forman parte ese universo y que se paren unos tras otro desprendido del cuerpo del actor, de sus manos, de sus ojos, de sus piernas, de su estómago, es uno y es mucho.
Hay una pregunta que sobrevuela, que no tiene respuesta y que quizás si la tuviera nunca sería la respuesta que se busca, hay una desazón particular que es colectiva y un dolor que te atraviesa el cuerpo.
" Nos crecen ramas" dice el texto y el actor está tan presente, tan anclado en el escenario que es imposible no verlo, no sentir el aroma del monte, el sabor de las frutitas de tutiá.
El texto da información sin perder la poesía, obliga a tránsitos que arrastran y el espacio es todo, cajones donde se guardan cucharas, fotos, las fosas de Malvinas, los colores del monte, el imán del monte, de ese espacio inmenso, macho constrictor, natural hasta los huesos. El monte en que los hombres van a cazar y a perderse. La iluminación es acertada recorta y anuda.
En definitiva, una estética puesta al servicio de que nos vayamos del mundo para vivenciarlo como si le hubieran subido la intensidad de golpe, así dirige Fabián Díaz esta obra que también es de su autoría.
La palabra construye en teatro ( como en la vida) el universo en el que nos movemos y Díaz lo pone a funcionar muy bien, el trabajo vocal de Mosher es preciso, la velocidad le quita toda posibilidad de caer en la demagogia al texto, cada textura de la palabra es diferente y los acentos están tan bien tejidos que es posible percibir las diferencias de cada uno de los personajes que habitan en Mosher.
Los hombres vuelven al monte me trajo (ahora me doy cuenta) aquella vez ,que vi teatro por primera vez, aquella confirmación de que la belleza es posible, que somos portadores de esa capacidad en un cuerpo, en un ser humano, en las palabras.
Cierro los ojos para llevarme el ritual adivinado de Mosher antes de no ser él sino todos elles, cierro los ojos para guardarme esa mirada con que nos mira, algo así como diciendo " Acá empieza todo"... A partir de ahí una trompada, una caricia, una sonrisa, una bronca, un dolor un cuchillo apoyado en el cuello, un guasuncho, un monte que se incendia...




Imagenes tomadas de internet



En definitiva, Díaz toma el guante lanzado por Lorca, explora y transmite, provoca con la poesía de su dramaturgia y sabe secundarse de secuaces.

La pregunta a qué es una obra de teatro, siempre debería tener como respuesta:  el arte de saber rodearse de las personas adecuadas para conmover y entretener. 






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